Monday, April 18, 2011
Cronicas de Chile
Si bien ahora la guardo un cariño muy especial a Chile, mi relación con ese país y especialmente su capital de Santiago no se puede considerar como eso que llaman amor a primera vista. De hecho, el día que llegué tuve ganas de salirme corriendo de regreso a Buenos Aires. En retrospectiva, era lo de siempre, o sea, necesitaba acoplarme: no podía sacar dinero en los cajeros porque no entendía cómo funcionaban, los bancos estaban cerrados (que cierren a las 3pm no es algo de lo que uno se acostumbra jamás), los lugares de hacer llamadas brillaban por su ausencia,…en fin, yo en medio de un valle y sin nada más que un mapa que me dieron y que no quería mirar mucho para no subrayar lo obvio, que soy extranjero y estaba más perdido que un juey bizco. Pero en menos de un día todo comenzó a resolverse y ya me fui acoplando. Acá agradezco a José por toda su ayuda y por mandarme a Josefina, que me dio una gira compendio por todo Santiago en unas tres horas, para luego sentirse culpable por el exceso de información. Sin embargo, mi mente se ajustó a la nueva realidad y se trazó un mapa para orientarme (sin tener que leer uno). Fue así como pude caminar sabiendo a dónde iba. No me tomen a mal, normalmente encuentro calles sin un mapa, y, por esas cosas de la vida, llego a los lugares que quiero llegar sin tener puta idea de cómo, pero es mejor si tienes al menos una idea, aunque no sea tan puta. De hecho, ese instinto medio raro y exagerado fue el que me llevó a encontrar la tumba de Allende. O sea, sin saber dónde estaba, lo encontré por casualidad al desviarme y meterme entre medio de las tumbas, medio a la deriva y sin saber a dónde iba. ¡Y el cementerio general de Santiago es grande con cojones! No se crean que es el cementerio del viejo San Juan. Por esos días llegó también Silvana, la dueña de apartamento donde me quedé y que ya no existe para esta fecha o más bien cambió de dueño. En esos días ella fue de Virgilio y me llevó por el Persa (mercado de pulgas), y de discoteca y de perder las neuronas. Me tomó dos días recuperarme del vodka y pisco en una de esas noches. Definitivamente el vodka es mi enemigo silencioso. De Chile o de Santiago me llamó la atención el parecido cultural con Puerto Rico. No, no me he vuelto loco. Obvio que son culturas diferentes (caribe y cono sur). Sin embargo, lugares tan lejanos geográficamente comparten una fascinación con el consumismo yanqui, una pleitesía al orden y un entendimiento de que hay que resignarse con lo que hay sin quejarse mucho ya que eso “no lleva a nada”. Uno se calla y a pagar las deudas y votar por las mismas opciones cada cierto tiempo, aunque para ellos solo signifique un solo término por candidato. También se comparte un aparente silencio con el saqueo de las tierras por las empresas con el blin-blin, una aparente indiferencia ante la privatización de todo, hasta las nalgas de la abuela (no tanto porque la abuela ocupa un lugar importante en el imaginario de la familia, muy bien construido por Pinocho y que en Puerto Rico, más agringados aun, no existe tan marcadamente). En el arte comparten el reguetón, que se ha regado desde Puerto Rico, se burló a la revolución cubana, se le pasó en las nalgas a los el norte y marcó sus ecos tanto en el Sur como en España. También comparten un desgano por los artistas de su país, aun cuando son, como me dijo otro amigo chileno, tierra de poetas. Sin embargo, solo les importan cuando son exitosos, cosas que se mide con el éxito que se tenga en España o en otro lugar de mejor prestigio (¡fue reconocido por el primer mundo!). Los artistas de la calle apenas reciben atención fuera de sus pequeños círculos. ¿Suena familiar? Estas son cosas que contrastan con el país vecino de Argentina, aunque en el Sur comparten la misma paranoia del robo y el crimen que parece risible para alguien que viene de una isla en que asesinan casi 1,000 personas por año. Eso sí, nadie tiene palabras más únicas que el chileno, desde “pucha” a “culicagao’”, desde “po” a “huevo’”(se come la n tan marcada en Colombia), desde “cachai” hasta toda terminación con “ai” (“¿Cómo estai?” es uno de los muchos ejemplos), y no olvidemos “gásfiter”, que es nombre exclusivo para el fontanero...pero mi favorita es “pololo”, que significa novio y que nadie más usa en el mundo, confirmando lo que se dice en “Los detectives salvajes” de que Chile entero es la Isla de Pascua, totalmente separados del resto del continente (océano, Andes, el desierto y el hielo en el fin del mundo se encargan de esta “separación”) y por eso consta de un lenguaje único. Sí, lo de “pololo” también es verbo….”pololear”…y se puede conjugar: “estamos pololeando”. ¡Genial! Claro, yo no entendía nada al principio, pero al final era yo el que tenía que traducir a argentinos que vinieron de visita. Parece mentira que tenga que venir un caribeño del carajo a explicarle a un argentino lo que alguien de su país vecino dijo. Y hablando de mentiras hay muchas cosas que parecen mentira en Chile, como tener a un presidente idiota que traspasa tierras de las víctimas del terremoto a empresas con la excusa de reubicarlos, o que parece apuntar a hacer lo que ni siquiera Pinochet se atrevió, privatizar o al menos vender algo de las empresas del cobre. ¿Será que a los chilenos les ha llegado su Menem (otro vínculo con la isla, donde un millonario neoliberal se reparte a la isla entre sus amigos millonarios…cabe señalar que ambos fueron electos con el lema de “cambio”)? Igual el tipo tiene carisma y me fijé que el chileno presta atención de lo que dice el presidente, aun si están en una barra, cosa que me pareció curiosa. Digo, al menos hacen que miran la TV. Tampoco dejan de asombrar las incongruencias en las mismas calles de la ciudad. Una Plaza de armas que enterró a un santuario mapuche cerca de la misma, un cerro Santa Lucía que fue posmoderno antes de que existiera el posmodernismo (las mezclas arquitectónicas en el cerro, tan kitsch como diferentes y fuera de contexto, son las que me llevaron a esa conclusión) y la mejor de todas, ¡la casa de la moneda! Allí está, entera, para que Obama la visite….y hace unas décadas fue el único ejemplo de un golpe de estado en donde se atacó a bombas y a balazos al emblema simbólico de la nación. Para cerrar con broche de oro, detrás de ese palacio yace ahora la estatua de Allende, al mismo que bombardearon estando adentro del palacio, y debajo de la estatua unas palabras de unidad para Chile sacadas totalmente fuera de contexto dado que son parte de su último discurso en pleno golpe de estado y que hablaba de un Chile socialista y soberano, cosa que hoy en día más lejano no puede estar. Hablando de Allende o el corpus por resucitar, fuera de esa estatua, es una figura mascada entre dientes. O sea, gústele al que le guste, se trata de una de las figuras políticas claves del siglo 20 y del socialismo latinoamericano. Sin albergo, fuera de una que otra imagen, pareciera que el huevón no era chileno. En Argentina el Che está en todas las esquinas aunque sea para engranaje turístico y al Che le valió pinga su país natal. Sin embargo, Allende murió por su país y lo más que me encontré de él fue una taza en Valparaíso, algo tan kitsch que ahora me lamento no haberlo comprado. Para colmo, ¡la taza estaba debajo del general Pinochet! ¡Hasta en eso al pobre Salvador le toca estar aplastado por el que fuera su militar de confianza! Pero más que nada le fui guardando un cariño a Chile por lo lindo que es el país. De bus en bus y de parada en parada, pude ver una manada de paisajes, de montañas, de vegetación tan linda, que hago mal en resumirla en un párrafo. Allí vi nuevamente al Pacífico, al mar, y a sus frutos. Allí pisé las huellas que dieran desde Neruda, frente al mar (¡yo quiero ese socialismo de tres casas!) y las que diera, sorpresa de sorpresas, ¡Darwin! Allí vi las colinas y las montañas y el verde que hace falta en la pampa argentina. Allí me sentí mucho más bienvenido con los grupos de chilenos que tuve la oportunidad de compartir que en Argentina. No lo tomen a mal amigos argentinos, pero los chilenos son más amistosos. Aun así estuve muy contento de regresar a Baires. Pero ahora, estando acá, hay algo que hace falta de Chile…..y más que sus hermosos paisajes, creo que es su gente.
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