Monday, August 20, 2012
Autopsia al intelectual
Derrotado por el experto,
vuelto obsoleto juntamente con el ideólogo,
el intelectual moderno subsiste residualmente
como especialista académico
o comentarista cultural.
-Idelber Avelar
Leyendo el mismo libro de Idelber Avelar que citaba hace unas semanas ("Alegorías de la derrota”) me topé con un tema que a veces se ha colado en mi cabeza para llenar los blancos de pensamiento, o para pensar pendejaces (huevonadas, idioteces), y es el rol que juega el intelectual hoy en día. Y es que hoy todavía se idealiza a esa figura a través de las artes, aunque ha sido más que desprestigiado fuera de libros y películas. Claro, todavía heredamos los remanentes románticos de la idea del “genio”, del que el intelectual se quiere hacer de un eco muy parecido a la figura aislada del artista, igual de aislada y disfuncional pero más aburrida. En la literatura vienen a mi mente los intelectuales que andan merodeando las novelas de Bolaño (para el descrédito de los llamados intelectuales), las novelas de Kundera en las que cada personaje sabe más que la persona promedio mientras sus personajes son artistas o intelectuales, y “El sabor del hombre”(Božanska glad) de Slavenka Drakurlich. En la isla me viene a la mente la novela de Cardona titulada “La velocidad de lo perdido” que, haciéndose eco de Kundera, carca a unos personajes que leían a Walter Benjamín, tú sabes, por joder, como también quizás algunos personajes en las letras medio febriles de los cuentos de Laboy. En filmes ni se diga, hay una serie de filmes independientes que de una forma u otra han trabajado la figura del intelectual como una figura desconectada de una forma u otra. “Little Miss Sunshine”, “Savages” y “The Visitor” (y hasta “A Beautiful Mind”) son meros ejemplo de una galería de solitarios y genios que son incapaces de encajar con el resto de la sociedad, de ser funcionales (A nivel internacional salta a mi mente “Lugares comunes”), y estos son unos pequeños ejemplos. Ahhh, como suspiro con mis identificaciones personales. ¡Bravo cine independiente! Haces lo que Hollywood se supone hiciera conmigo, que es parte del nuevo trato posmoderno etc., etc.
Fuera del arte no hay tal heroísmo. El intelectual, si es que existe, es una figura en peligro de extinción y hasta de burla (casi siempre buscada, al éste ser cada vez más una burla y no parodia de sí mismo). Pocos son los pensadores. Hoy en día, como comenta Avelar, lo que hay son “especialistas”. Y así los oyes hablar como perros amoldados a su bozal: “yo me especializo en tal y tal cosa”, como si el ejercicio del intelectual o del pensador se limitara a una sola cosa, a un solo tema en este caso, como si esos títulos de doctores fueran los de médicos que se especializan en ciertas enfermedades, casos, y partes del cuerpo.
Sí, vivimos en los tiempos del “experto” y antes de leer este libro no sabía si se trataba de una moda, de los resultados de cierto tipo de conceptualizar las humanidades, o si era que esa figuras ahora quijotescas hablaban así para venderse en estos tiempos de candidatos desesperados por conseguir aunque sea una entrevista, o sea, desesperados por venderse ante la necesidad y la falta de sueldo. Unos tiempos en donde, para comer, hay que sonreír, tratar de no herir las múltiples inseguridades y egos inflados que merodean por los campos eternos del saber empolvado, y poner un SE VENDE colgando del cuello.
Y es que son tiempos ingratos para el que piensa. Vivimos en una sociedad que no valora los cuestionamientos, esos se dejan para la casa, pero no vamos a pagarle u otorgarle un sitial a nadie que no nos de información. Así, de pensadores pasamos a expertos, y así los ves en el media, de todas formas y colores, los sabios en tal y tal, los mecánicos de temas específicos, para que nos sigan saturando de información. No, no es lo mismo. Hay una diferencia entre la información y el pensamiento, la primera se da por palabra sagrada (la dijo el “experto”, el que sabe), la segunda pretende cuestionar, criticar, motivar más preguntas en lugar de querer vender la respuesta.
Pensar es peligroso y lo menos que quiere, llamémosle “el poder”, es que la gente haga eso. Así que es mejor venderle a la gente expertos en lugar de intelectuales que estimulen el pensamiento. Las realidades del mercado laboral, las necesidades de la gente, la competencia y lo que catalogo como el capitalismo del pensamiento. El capitalismo del pensamiento busca justificarse como válido ante “el poder”, o sea, como dicen los católicos, demostrar que su sitial es “justo y necesario”. Esta forma de justificarse, busca producción o cantidad por encima de calidad, volviéndose en un ejercicio paranoico por producir ensayos, libros y conferencias, todos al mismo tiempo y por números “profesionales” si es quieres plazas cómodas en las distintas universidades o alguna columna en revista o televisión. Es el número por encima de la calidad, como si el pensamiento fuera cuantitativo, como si fuera tan inmediato como la información, como si la indagación fuera una pantalla de algún noticiario estadounidense. Ante esa lógica se ha logrado que el llamado “intelectual” quedara tan disfuncional (así como en las películas pero sin el romanticismo), que tuvo que hacerse a un lado. Ahora es el “experto”. El sabio de CV o el “sabio de papel”, como cantara Héctor Lavoe.
El intelectual ha muerto, al menos como figura pública. Sé que sueno a posmo, a seguidor de Nietzsche, que quizás sí o quizás no. Pero ya parece una marca fósil, momia de antaño, el antepasado de este fenómeno que catalogan de experto. Digo, aun no están extintos. Conozco a dos o tres, pero su gran mayoría vive de gratis, ocultos, porque pensar es pecado. Los expertos no, y aunque proliferan en papeles y siguen siendo cada vez menos los que se llegan a catalogar como tal al menos hasta que la audiencia masque sus nombres con facilidad, son ellos los maquillados y laureados. ¿El resultado? Un conocimiento tan dividido en “conocimientos por departamento” que se torna impotente de hacer conexiones. Así quedan todos ellos neutralizados en sus distintas limitaciones, sin poder conocer más allá de ellas y de sus círculos, sin poder establecer conversaciones o diálogos que generen las preguntas que ya no se hacen, para encontrar nuevas respuestas a este experimento que llamamos humanidad. Aquellos que sabían de varias cosas, que se interesaban demás, que preguntaban las preguntas que joden, pasaron a las páginas de la historia, a ser figuras de museo, perdieron el pulseo y se les cayó el brazo, murieron, se hicieron a un lado.
Así, dedico esta oración para aquella figura ya muerta, del que yo soy meramente el excremento. Guardo entonces silencio ante la ausencia de preguntas, y tapo mis oídos ante el ruido que se viste de respuesta.
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