La desilusión de la fantasía
Pensaba comenzar este comentario con la definición de la palabra fantasía pero lo que quiero decir no entra en formalidades. Tampoco se trata de buscar los sentidos etimológicos de ciertas palabras. Todos entendemos o tenemos cierta concepción de lo que significa la palabra fantasía, y de hecho, todos pecamos por tener una y otra, y quizás hasta muchas, desde la religión y un dios que nos va a salvar y llevar a un mundo de arpas en las nubes, hasta el pensar un mundo mejor. Yo peco de esa última y los que han leído algunas de estas ponencias saben eso, y quizás estén de acuerdo conmigo o me consideren un idealista de mierda, lo que no los alejaría mucho de la realidad. Sin embargo, mi fantasía no tiene nada que ver con unicornios ni arco iris, sino con la capacidad de cada uno de aportar lo que pueda para mejorar el mundo. No se trata pues de una negación a nuestro mundo. Al contrario, yo me abrazo a él, y por eso no reniego del dolor de nuestra conciencia con la religión, la sicología u otras…este es nuestro mundo aquí y ahora, con todos los defectos y todas las cosas que hacen que sigamos viviendo día a día. Es por eso mismo que soy una persona citadina. Me encanta la idea, no de la ciudad, pero de la metrópolis, ese espacio donde se mezcla toda nuestra realidad humana moderna, desde el arte y la cultura alta en parques y teatros, hasta la banalidad del tráfico, la mala TV, la basura, las ratas, la suciedad. Sí, la ciudad, la gran metrópolis es un ente artificial pero vivo de por sí, lleno de millones de diferentes historias en constante fricción, lleno de arte, de robos, asesinatos, música gratuita, transporte público, tráfico…es un ente vivo que respira y late, y dentro de la maravilla y el privilegio que significa escuchar los latidos de Buenos Aires, New York, Paris, Madrid, DF, Berlín, Tokio, Roma y Bogotá, significa también ver la mierda que produce la ciudad: basura, ratas, muertes, tráfico, suciedad….los desechos de estar vivo.
Mas parece que hay gente que, acostumbrada en vivir en ciudades del primer mundo y que no son para nada metrópolis como las que acabo de mencionar, se impresionan de ver “tanta suciedad”. Llegan a una ciudad como Buenos Aires y piensan que esa ciudad nada tiene que ver con las fotos que vieron, que es más sucia, más falsa, más hostil…claro, en las fotos de turismo se veía mejor. Al parecer, la niñería de vivir en pequeñas ciudades gringas, entre dietas y rutinas, les llenó la cabeza de fantasías alimentadas por las fotos de los libritos que leían en sus malos cafés que costaban sobre cinco dólares. Llegan entonces a una verdadera ciudad y se les rompe la burbuja…todo es una amenaza, todo es, o muy feo o muy turístico, o muy artificial (¡¿en serio?!) o, en resumidas cuenta, una soberana mierda. Quedan desilusionados, esperando quizás el momento para regresarse a sus ciudades de mentira y tomarse fotos allá, para sacarse de encima toda “mala vibra” que la ciudad real les haya dejado encima. En fin, volverse a sumergir en la fantasía, ya no de la ciudad imaginada, sino la que tienen en sus vidas preñadas de espejismos, una negación de la vida real, por ende, una negación a amar la vida. Las fantasías siempre nos resultan más fáciles, nos protegen dentro de la burbuja.
Para ser sincero, gente así, que se queden en sus fantasías, que no vengan a las grandes ciudades con esa actitud de desprecio, “no los queremos, no los necesitamos.” Que se regresen con sus cafés a sobre precio, sus ciudades muertas (si no tienen mierda solo puedo asumir que están muertas), y sus libritos llenos de fotos para lugares a visitar que nunca les van a complacer, que solo van a desilusionar sus fantasías de ese engendro asqueroso considerado en EEUU como “yuppies”. Solo así, sus ilusiones podrán quedar vírgenes, y gente como yo no podrá escribir sobre la desilusión de sus fantasías.
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