Thursday, August 20, 2009

Noches de Tristeza

…Noches de tristeza

Noches de tristeza, soledad y locura- así leía el letrero junto a la vitrina. Sus letras de color neón quebraban intermitentemente la oscuridad de la noche.
No tenía ganas de regresar, pero ese había sido mi destino por muchas noches seguidas (y perseguidas). Paseé la mirada por la calle fría y vacía, tratando de posponer el momento de mi entrada. Con un brusco movimiento busqué en vano un cigarrillo. Ante mi fracaso, seguí mi camino mientras contaba mis pasos con las manos en los bolsillos. Poco a poco subí las escaleras de la entrada. Aquella luz de neón me llamaba. Me irritaba saber que molestaría mi sueño otra noche más.
Apenas entré escuché la voz de don Paco y un Bienvenido Señor se arrastró por las paredes. Saludé con una ligera sonrisa y un gesto de sorpresa, pero la sonrisa era postiza.
-No me pase ninguna llamada.-le dije-y seguí hacia las escaleras.

El Hotel Melancolía …ese era el hotel, mi hotel, que se anunciaba con un letrero de palabras color neón. La estadía era regalada, y por eso muchos habían pasado por las puertas de este hotel en decadencia, aun cuando estuviera en el medio de esta podrida ciudad, aun cuando ni siquiera tuviera un elevador que funcionara.
Subí a mi habitación mientras que esta vez contaba los escalones. Siempre estamos contando cosas. Por mi parte, desde que comencé a hospedarme en este hotel hacía lo mismo: contar y contar. Contar los pasos y contar escalones, contar y contar solo para entretenerme. (como les estoy contando ahora) Todas las noches. Era una especie de ritual terapéutico.
Saqué la llave y sin mucho estruendo, entré en el cuarto donde me alojaba. Encendí la luz y dejé que las llaves hicieran el sonido metálico de siempre mientras caían en la pequeña mesa. Caminé hasta la cama, dejé los zapatos alineados graciosamente frente a mi litera y me desvestí con el mismo silencio que cubría la calle de afuera. Pensé en ella por un segundo, pero no podía recordar su nombre ni su rostro, así que dejé escapar una sonrisa que, por no ser la que me había aprendido, pareció una mueca más que otra cosa. Nadie deja huellas profundas en esta vida –pensé. Prendí el aire acondicionado de mi existencia, me acosté y apagué la luz.
Afuera, unas letras de color neón seguían traspasando la noche. Penetrándola. El letrero junto a mi ventana anunciaba al hotel, y las letras de color neón el atractivo: Noches de tristeza, soledad y locura. Hasta donde recuerdo, también decía que el aire acondicionado era gratis. Quiero encontrar paz en esta tristeza –me dije, y pensé que todo esto era un poema que quería declamar mañana.
Un pequeño reflejo que masticaba colores iluminó ligeramente el cuarto, solo por un momento, solo por un segundo. El camino ya se sabía de memoria. Entonces, un ligero caliente de un rojizo muy oscuro fue tendiéndose entre las sábanas. La paz. Y un olor a vida que muere junto a un sabor que la lengua lamió varias veces; que sabía a hierro, que sabía a metal, que sabía a nada.
A nada…pero siempre la huella era tan superficial que podía ser disimulada. Cada mapa necesita tener sus signos para ser leído, y yo buscaba los míos trazando rutas en mi piel que perdieran su dirección, haciendo gestos mecánicos que eran calcados con filos metálicos. Es el momento más oscuro, más íntimo y más solitario, en ese momento en que la razón se ha olvidado y solo queda el silencio que descalabra los oídos, y la presencia de la ausencia, de aquello que se ha perdido.
Al otro día me levanté y, como todas las mañanas, las palabras de neón habían perdido su brillo. Me puse los guantes y me arreglé el abrigo. Dejé escapar la primera bocanada de aire y arrojé una mirada a la calle descolorada. Entonces me hice una promesa blasfema: Esta noche no regreso al hotel.

S. Gregory

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Thursday, August 06, 2009

Las siguientes entradas serán parte de los trabajos presentados en la “segunda noche de exposición” en el Neyorrican y serán identificadas con un novedoso #