Monday, December 13, 2010

El ensimismamiento de la desconexión

Los otros días sostuve una conversación en la que me reprochaban estar pendiente a las cosas que pasan en la isla cuando estoy en Buenos Aires. Al parecer, se supone que parte de la experiencia de “sumergirme” en la cultura de otro lugar es el cortar todo vínculo con la isla y “vivir” la gran experiencia de la otra ciudad.

Si bien es cierto que, al vivir en otra ciudad, uno se vuelve un tanto extraterrestre -como habitante entre mundos- no me parece que eso signifique que uno deba cortar con la tierra en donde, para citar a una amiga, uno tuvo el accidente de nacer. De hecho, si esto fuera así, y si el hecho de haberse ido y hasta seguirse moviendo de país en país significa una inserción entera en esa cultura, la experiencia del viaje se vuelve empobrecedora en lugar de enriquecedora. Y es que se supone que uno viaja y vive en otros lugares pare expandir su conocimiento y entendimiento sobre cómo vive el ser humano. Sin embargo, uno no puede aprender y sentir vivencias nuevas si olvida lo que uno es y de dónde vino. ¿De qué sirve entonces? ¿De estar en una especie de viaje enmascarado por la enajenación?

Pues sí, de eso se trataría si el irse significa cortar todo vínculo con la tierra en que nacimos. Por un lado, se convertiría en un ejercicio de ensimismamiento en donde la experiencia del estar fuera de lugar se basa en conocer a gente nueva, tener sexo con gente “exótica”, ver lugares nunca antes imaginados, y así por el estilo. Sería muy parecido a jugar un ‘role-playing’ de Carmen Electra para adultos. No que nada de eso esté mal, y de hecho, es parte del viajar, pero cuándo es lo único que se busca, experimentar se vuelve un acto masturbatorio sin ningún sentido más que olvidar, como si se tratara de la nueva droga de los despatriados: la desconexión, el olvidar el ‘nostos’. Ni siquiera Odiseo se dio ese lujo aun cuando Dante lo condenara al continuo viaje. Por otro lado, el “no querer saber” de la tierra en donde uno nació se vuelve problemático en cuanto a la experiencia del ser extranjero se trata, no por conocer al nuevo lugar y su gente, sino el quererse sumergir a un punto en el que se quiere “hacer pasar por”, o sea, ya yo no tengo nada que ver con aquello, ahora soy parte de esta comunidad X. Eso, si me preguntan, suena a complejo y a idolatría de la otra cultura. Y no se trata de nacionalismos románticos, yo soy creyente que cada persona debe tener la oportunidad de conocer a otros pueblos para poder reflexionar sobre su condición como humano y su propia comunidad, pero por más pos-nacional que uno quiera ser, no hay viaje ni idea que borre el hecho de nuestra procedencia, procedencia de la que uno debe defender y sentirse orgulloso como accidente del que su vida forma parte y del que se basa su identidad (aun el que odie a su patria construye su identidad a partir de ese complejo o rechazo). Solo teniendo en cuenta el lugar de donde vinimos se puede uno enriquecer como individuo, con esa riqueza que da el exponerse a otras costumbres, otros lugares, otros pueblos. De lo contrario, de nada sirve el viajar y se habrá perdido el tiempo. Para masturbarse no hacen falta pasaportes.

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