Tuesday, May 24, 2011

Crónicas de Buenos Aires: El final

Las primeras crónicas que escribí sobre Buenos Aires fueron basadas en los primeros meses de mi estadía por el Sur. Es por eso que en estas crónicas me baso solamente en los días finales, en aquellos días en donde el frío se venía como ola a las costas de la ciudad portenna, en aquellos días en donde el gris nos arropaba como una frisa y el sol se acostaba más temprano. Escribir todo lo que pasó entre medio sería kilométrico y lo dejo para historias remotas y cafés en esquinas.

Me asusté en esos últimos días. Era, ¿qué? ¿Principios de mayo? ¿Finales de abril? Y yo tiritando de frío dentro de la casa. ¿Por qué? Porque no tenía calefacción. Claro, pude haber comprado uno de esos que venden en las esquinas o pude haberme ido en el verdadero viaje de pobre y encender el horno de la estufa pero pensaba que con la bata se arreglaba el mundo y con la frisa se calentaba el cuerpo. Demás está decir que esa frisa no la usaba desde la primavera pasada y que me dio una alergia del carajo pero a esas alturas mis opciones eran pocas, o estornudaba, o me cagaba en la madre del frío. Así que saqué cojones y entre medio de estornudos se me escondieron y soporté el frío, que ni tanto era y que, como dije antes, era como una ola, iba y venía, ya que luego vinieron días más templados. Tampoco es que el frío fuera tanto. Habiendo vivido en el norte y por el área de Chicago lo de Buenos Aires es un chiste. De hecho, todavía me cago de la risa al recordar aquellos cuerpos que iban con abrigos de lana en 50 grados F (15C). Los pobrecitos no soportarían una brisita de esas de las que llegan hasta los huesos en 0F pero por algo sus ancestros escogieron el mundo al revés antes de emigrar el despiadado frío norteño. Eso, señoras y señores, se llama sabiduría. Con todo y eso, yo puedo soportar el frío descomunal del norte con un buen abrigo, siempre y cuando sea AFUERA y no ¡DENTRO de la casa!

Fue por esos días que vinieron los de Estopa. Siempre es divertido ir a un concierto en Baires, especialmente porque la energía es otra, algo que se recoge en el álbum en vivo de Bersuit pero que se pierde en el de Bunbury en el Gran Rex. De hecho, fue en el Gran Rex donde cantaron los de Estopa y aunque estuvo bueno, no me pareció tan genial como el de Bunbury, pero claro, yo soy más fanático del último. Lo de Estopa fue más una noche de recuerdos y de flamenco que me recordó la última cena en un restaurante gallego de Baires. Era cerca de mi casa y servían pulpo gallego, o eso decía en el letrero de afuera. Ya yo había ido en verano al mismo lugar a comer una paella que no me mató, pero la idea del pulpo me hacía recordar aquel pulpo que comí una vez en Madrid en una calle que ya no puedo recordar. Demás está decir que aquel pulpo de Madrid se quedó en mis recuerdos y que el pulpo porteño….bueno, no debieron bajarlo del puerto. No culpo a “la ciudad de la furia”, sino al restaurante que, como con la paella, cagó al pulpo con un aceite de oliva que nada que ver. Y es que en el sur hay que escoger bien el aceite de oliva porque puede ser muy fuerte, tan fuerte que si no eres fan de la oliva, te puede cagar el sabor de la comida. Voilá.

Fue también por esos días que se dio la feria del libro y el festival de cine BAFICI. De la primera no voy a opinar gran cosa, de hecho, no voy a decir nada. Del festival voy a decir que tuve tres experiencias: en una no llegué al filme a tiempo, en otra el filme fue tan y tan pretencioso con una historia metaficcional tan gastada que estaba loco por salir corriendo al bar del frente y bajarme una botella de vino, y la tercera, el documental “La muerte de Pinochet”. Este último fue genial aunque las tomas de acercamiento extremas (Extreme Close Up) daban un poco de repugnancia. O sea, yo no quería ver tan de cerca los dientes jodios del viejo ni las lagañas de uno de los personajes. Sin embargo, perdí mi sentido de orientación al salir de la película. Después de ver una hora y media de cine chileno me costó reubicarme en Baires. En otras palabras, por un momento pensaba que estaba en Santiago….y luego esa sensación interna de “pero huevón, si estás en X, no en Y” me mareó como llanero en altamar.

Pero era en Buenos Aires en que estaba y era por sus calles donde caminaba. Nada como esa sensación. Debe ser la mitología que cubre a la ciudad la que la hace fascinante. Claro, como toda mitología, es falsa…pero eso no es lo que nos maravilla de los mitos sino ese mundo alterno que nos hace ver aquello que en realidad no podemos ver ni en pintura, historias que deben inspirarnos. Buenos Aires es esa ciudad del tango que no pude dominar, esa ciudad de la histeria colectiva y del “che”, de Gardel y de Maradona, de Eva y de Cristina, de las marchas y huelgas y huelgas y huelgas bañadas de batucadas. Esa ciudad de calles en las que el sol se esconde en un blanco desgastado que cubre a los edificios, calles que se bifurcan como laberinto ahogado por el río. Esas calles, las venas de una ciudad apretada en ese espacio, como si todo tuviera que apiñarse para quedarse en el mismo sitio, para que no se escape.

Ya en los últimos días me tocó ser más práctico y consumir un poco, pero vestimentas que me saldrían mucho más caras en Puerto Rico o Estados Unidos, cosas formales que raramente uso y raramente usaré pero que hay que tener para esos 29 de febrero. Y tenis o zapatillas de cuero…y, y, y…. ¿Dónde? Pues mija’ allá por Pueyrredón. ¡Una ganga! ¡Todo como a unos 60 dólares! Si te digo que para comprarse cosas no hay que gastar tanto…y hasta en la misma Corrientes consigues algunas cosaaas…¡muchacha! ¡Que te quedas boba! Y de Pueyrredón tengo que decir que no hay ciudad más argentina que esa. Antes de que salten, veamos la lógica de esa afirmación. ¡Es una calle de emigrantes! Punto. Y Argentina, por más puristas que quieran hacerse algunos, se forma a partir de los emigrantes. Claro, en un tiempo eran todos europeos, pero en Pueyrredón el emigrante es peruano, boliviano, paraguayo, esos que no son tan bienvenidos porque tienen otros acentos, otros rasgos, otros colores diferentes del europeo. Por eso es una calle tan extranjera como argentina y viceversa…muy agobiante, muy caótica, muy tercer mundo…muy Perse en Santiago, muy Río Piedras en San Juan.

Finalmente me tocó empacar hasta un futuro no muy lejano, despidiéndome de amigos que se encargaron de emborracharse y cagarme el apartamento (yo tratando de recogerlo y ¡fuá! ¡Una botella de vino devuelta en el Bidet!), otros que se llevaron lo que no cabía en las maletas preñadas de cosas, otros que nunca pudimos cuadrar una última reunión en persona…en fin. Gardel me acompañó con sus canciones de despedidas que llegué a subir en un Facebook donde me acusaron de cursi y yo respondí con el “me gusta” tan mecánico en mí (es como un tic nervioso). Así, y cargando con cuatro maletas (sí, porque al parecer yo me creía Aschenbach en Venecia cuando llegué, trayendo tanta ropa demás que, a fin de cuentas, paseé), me fui a lo que fue un maratónico viaje al aeropuerto, dejando mi viejo sombrero en el ínterin. Sin embargo, voy a ir un poco más allá y me voy a poner más cursi todavía diciendo que….hay parte de mí que todavía no se ha ido.

Al Sur….nos vemos pronto.

1 comment:

Deborah said...

Que tan pronto?