Monday, April 23, 2012

El infantilismo de la religión

La religión infantiliza. Especialmente la judeo-cristiana-musulmana, pero en general, es el mismo efecto. Se trata de una creencia en que hay algo más, una cosa o cosas, un ser o unos seres eternos que están por encima de nosotros, y por ende, les debemos pleitesía. Le debemos nuestra existencia a Él, a ellos, a uno de ellos, etc. ¿Recuerdan? Los superhéroes se juntaban para combatir el mal en los muñequitos. Así han habido religiones con legiones de dioses, y también dioses que juran ser los justicieros del bien, los salvadores, los…bueno, llenen el blanco. Aunque claro, en las religiones políteístas los dioses no son tan blanco o negro. Sin embargo, incluso a los dioses de la guerra como Apolo, les debemos algo, porque nuestras intenciones y capacidades como humanos tienen que venir de algún lado, ¿o no? Y tiene que haber un punto de origen.


Pero hagamos un paréntesis. Vamos a ponernos metafísicos por un momento. Vamos a pensar en la fragilidad de la vida, en lo fácil que es perderla, en todas las preguntas que nos ahogan sobre la razón “de estar aquí”, ahora, en este planeta, en este tiempo. ¿Quién soy? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué pienso? ¿Por qué existo? ¿De dónde venimos? ¿Cuál es nuestro destino? Son las preguntas más clichés del mundo y las que no hemos podido contestar desde que el mundo es mundo. Sí, comimos de la manzana y nos dimos cuenta que era mejor ignorar que saber que estábamos desnudos. Esa incertidumbre, esa falta de comprensión de todo lo que nos rodea, ese hacer las preguntas que no nos tocan y que no nos incumben como seres vivos es la que nos ha llevado a crear dioses desde los primeros tiempos de la civilización. Ante estas preguntas salta otra, ¿algún dios nos creó o nosotros creamos a los dioses?


Es una pregunta válida. Si uno piensa en las primeras expresiones del ser humano, se trataban de dioses, y a partir de sus nombres se firmaba el orden de X o Y sociedad, desde las más rústicas, hasta los egipcios, griegos y, cómo no, los israelitas, que hasta tenían un dios que les indicaba el tamaño de sus altares. Del mismo modo, casi todas esas expresiones hablan de lo que es bueno o malo, organizando lo que se puede o no se puede hacer. Damas y caballeros he aquí la eterna lucha del bien versus el mal. Sabemos que el cristianismo e islamismo tienen de eso, pero en general todas las religiones y corrientes dualistas pecan de esto, con el extremismo maniqueísta que platea una batalla literal entre bien y el mal. Y es que como cada uno de nosotros es capaz de ambas cosas, necesitamos dioses que nos digan cómo diferenciar una de la otra. ¿O no? Porque… ¿Qué carajo es eso del bien? ¿Qué carajo es el mal? ¿Quién lo define? Nadie. Y es porque estos dos conceptos no existen por sí mismos. No se sostienen porque en la naturaleza expresa lo que se pudiera catalogar perteneciente al bien o perteneciente de igual forma y sin ningún tipo de valoración moral. Son valores éticos totalmente arbitrarios. Pero si se necesita tener un sentido de orden, hay que balancear ciertos aspectos para que una comunidad funcione. Y pues, ahí entran los dioses a dictar sus pautas, y del Dios cristiano Occidente exprime su sentido moral y sus leyes.


No puedo negar lo interesante que me resulta este dilema y esta necesidad del ser humano de crearse dioses para poder “obedecer”, ya que parece incapaz de vivir si no es obedeciendo a algo que se nos escapa de las manos. Quizás esa la única forma de entender la muerte. Cada una de esas expresiones (religiosas) me resultan sumamente interesantes, especialmente los dioses africanos, americanos, y los griegos, listos para abofetearse en cualquier momento. Pero claro, que fuera de todos esos dioses cuando se habla de dios es del dios judeo-cristiano-musulmán al que se refiere en la mayor parte de las veces (recientemente alguien me cuestionó cuál otro dios existe). Sea Yahvé, Dios, Señor, Jehová, o Alá, es de ese dios el que muchos atribuyen las preguntas que no podemos responder y que no podemos aceptar que no nos compete comprender (como preguntas de origen…llegamos al planeta millones de criaturas extintas y de años después de la creación del mismo y, ¿pretendemos saber la respuesta de la creación??? O es la mayor soberbia que existe o la más grande estupidez). Y es ese dios, el dios con letra mayúscula, el que se presenta como figura creadora, protectora, y en su ala cristiana, padre.


¿Cómo entonces la religión no va a infantilizar? Su figura más poderosa e importante es un padre eterno, por los siglos de los siglos, amén. El padre del hijo que vino a morir, el padre que lo sabe todo y nos castiga y nos corrige, pero nos ama, a menos que no seamos obedientes que entonces nos vamos directitos al infierno, al castigo eterno….pero nos ama igual mientras cumplimos sentencia eterna por no seguir sus caprichosas leyes. Porque son caprichosas, ¿cuál es el bendito empeño en que le obedezcan? Si yo fuera dios (uy, ¿vamos a jugar ese juego?), me importaría tres pepinos lo que quieran hacer los humanos. Es más, si yo los hago libre, pues que hagan lo que les dé la soberana gana y si se quieren joder, ¡pues en horabuena! Si se auto-destruyen, creo otro modelo más avanzado. Pero no, a este hay que hacerle caso al pie de la letra o se enchisma (chusma, chusma, ¡pfft!) Así que el Padre nuestro que está en los cielos tiene la última palabra de todo, la respuesta que no entendemos (aunque nunca nos las dé), la sabiduría de lo que debemos seguir y obedecer. No tenemos derecho a expresarnos por voz propia sin ser castigados, por ende, estamos sometidos a la ley del padre y, nosotros, relegados al lugar de infantes.



Pero ese infantilismo no se limita al dios cristiano. Vivimos en los tiempos post-new age en donde los que se creen muy brillantes por irse por encima de las reglas del cristianismo vuelven a ese infantilismo en busca de algo que les dé paz, algo que les dé sentido a su vida. Porque el niño llora cuando no le falta su figura paterna y crea relaciones filiales con algún sustituto. Hijos de Cohelo y la autosuperación tenemos un ni tan nuevo grupo de gente que se cree tan cool y tan over-all porque hacen yoga y porque leen alguna que otra cosa derivada de la filosofía budista (que no es origen del yoga). Saben la respuesta (que si he entendido bien se trata de paz interior), están por encima de la humanidad y, especialmente, de los pesimistas que cuestionan cada cosa. El yoga o la madre que me parió los libre de las energías negativas que eyaculen las almas en pena…porque se les va el “cool”. Así de fuerte es su creencia que si alguien sopla se les desmorona todo y, como los niños, se ponen a llorar. Y es que en esos casos el dios Padre se convierte en el “universo”, el “karma” o algún etc. que se supone nos proteja de lo que sigue siendo parte de la vida: el dolor, la infelicidad, la injusticia, elementos siempre necesarios para apreciar la felicidad y para intentar formar un mundo mejor. No existe el paraíso sin infierno (hablando de dualismos) ¿Pero quién le rompe la burbuja sin ser acusado de criminal? El universo, el karma, la buena vibra y la paz nos protege, pero al final, uno sigue siendo el mismo mamaracho igual de indefenso que busca desesperadamente una balsa que le socorra ante las preguntas que nos cicatrizan por el mero hecho de poseer la razón. Ante este panorama, es difícil no ver con recelo y nostalgia un mundo que no viví, aquel pesimismo de finales del siglo pasado donde se aceptaban las cicatrices con el absurdo, con el existencialismo, con un pesimismo que ayudaba a crear, a pensar, a querer ser mejores que asesinos en serie con misiles nucleares. Si la vida era absurda, ¿y qué? Aceptémoslo y creemos nuestro propio sentido, sin Dios o dioses, sin reciclados…nuestros signos, nuestro sentido sin-sentido.


Pero después de esta diatriba quiero decir que incluso ese sentido fungiría como balsa, aunque es una balsa que no ofrece un lado tan complaciente y cómodo para aferrarse, y ese es precisamente mi problema con estas figuras paternas, quieren retornaros al calor del regazo paterno, a ese regreso al hogar del que fuimos expulsados para lanzarnos entre gritos de infante a eso que llamamos vivir. Sin embargo, todos tienen ese derecho en creer lo que les venga en gana, y quiero hacer también la salvedad que no todo el que está en yoga se pone a perseguir al conejo (el yoga puede ser un ejercicio muy saludable y fructífero para el cuerpo). Mi problema es cuando esta creencia se vuelve intocable, tan intocable como el mismo Dios. Entonces, que Dios me libre de cuestionar, ser cínico o usar un lenguaje agresivo para hablar de las creencias de los demás porque se hieren las sensibilidades en los tiempos apologéticos de la sensibilidad a-la-extremis (aun cuando yo no les niegue la posibilidad de hacer lo mismo con mis creencias o planteamientos), los tiempos del I’m sorry. Y ahí mismo se ven los resultados finales del infantilismo porque, ¿acaso no es el niño el que se tiene que andar disculpando todo el tiempo al quebrantar el orden paterno? ¿No es el infante el que forma una pataleta cuanto le contrarían?


Pues yo quiero apostar a otro tipo de niñez y es esa que siempre cuestiona, que siempre duda, que hincha las pelotas porque nunca silencia sus “¿y por qué?” hasta que agota las respuestas, del que hace gritar un frustrado “¡por que sí!”. Yo prefiero apostar por ese infantilismo de los malos modales (que son travesuras, ¿eh?), de los mocos colgados y las manos sucias, el niño que no se conforma y siempre apuesta por imaginar y crear, como ser humano que es. El niño huérfano que se las tiene que buscar para existir. Ese es el niño al quiero apostar, el niño al que aspiro a ser en estas pataletas mías.

…. ¡Chusma, chusma, ppft!

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