Sunday, January 08, 2012

Borrar el pasado

Fue triste ver a mi hermana en el día de reyes escuchando su I-pod mientras cenaba y se sentaba a lado de su familia. No se incorporaba a compartir con nadie, en todo caso, pretendía des-corporarse, desaparecer con su música del lugar que al parecer era el equivalente al infierno. No se trataba de la compañía de su familia, sino más bien de la música navideña que rociaba los cuartos de la casa, y por ende, de la sala, del comedor. Con un “no soporto esa música”, que era más un trasfondo que un fondo, se espetaba esos audífonos en las orejas para borrar cualquier señal de “esa música”, y mientras lo lograba, se borraba ella misma de nuestra mesa, de la sala…Y no estamos hablando de aguinaldos, ni de música jíbara, era música de navidad, sí, pero salsa inmortalizada por Hector Lavoe. El odio a toda peste a navideño en la música hacía que cualquier otra basura fuera buena, como si Wisín y Yandel o Luis Fonsi fueran a perdurar tanto como Lavoe, como si Lavoe no fuera una música que sobrepasa tiempos y géneros. Quizás los primeros no sobrevivan al juicio del tiempo; Lavoe ya lo hizo.

Me enfoco aquí en la música navideña (y no en el menú servido, en los adornos que servían de contexto, en los regalos de “Reyes” con los que todavía jugaban los niños) como signo de una supuesta tradición. De hecho, pensaba nombrar a esto “Las tradiciones olvidadas”, pero eso me hubiera metido en el meollo de qué es eso de la tradición, de dónde sale, y quién la impone. Pero yo, que voy perdiendo la juventud en cada respiro, recuerdo las parrandas cuando yo era niño, recuerdo los aguinaldos, recuerdo los aguajes de estar unidos con la familia en nombre de la familia y la borrachera. También recuerdo que mi padre dejaba de poner otra música que no fuera de aguinaldo o navidad, o lo que él entendiera como tal (jíbara, plena, criolla, bomba). Navidad era sinónimo de cierta…si no tradición, costumbre, en donde el lechón y el coquito iban de la mano con el güiro y el ritmo repetitivo del aguinaldo, de la salsa, y las voces y temáticas que en su mayoría pecaban por monótonas, por las que quedaban encasilladas para esas ocasiones.

Eso, al parecer, resulta insoportable para alguien de la generación de mi hermana (me consta que no es la única cuando tuve que despedir el 2011 con canciones de los 90 de Ednita, Luis Fonsi, y cuanta música genérica se pueda nombrar…KQ para gente que se cree cool pero que no se da cuenta que ya también van escuchando esas “viejeras” que dicen no soportar). Esa generación de la que yo soy parte pero que, nostálgico al fin, me diferencio en ciertos aspectos, cree que hay que borrar ese rastro del pasado, al punto de borrarse ellos mismos de la actividad que sea, y en el caso de mi hermana, dejar de responder a conversaciones y preguntas por estar simplemente sentada absuelta en su música. O sea, dejar a la familia atrás, y por ende, a su pasado representados en los antepasados, borrar de cierta forma un pasado que, aunque siempre es re-inventado en nuestra imaginación y percepción, tiene que ver con nuestro presente y eso que creemos ser hoy. Así, dejar atrás a uno mismo en una actitud adolescente a destiempo, ya que hablamos de gente que merodea y ya entró en sus treinta, pero que primerizos en acoplarse a los clichés sociales, olvidaron encontrar su propia voz y ahora rechazan cualquier cosa que suena a imposición para su ego mercadeado por las payolas y le televisión. Todo con tal de borrar ese ruido “infernal” que yo solía identificar con navidad.

Y en eso estamos. A eso vamos. Me ponía a pensar. Imaginaba una navidad no muy lejana en donde en vez de cantar “dame la mano paloma” se cantara “atada a tu volcán” o “imagíname sin ti”….o “me calientas cuando siento frío” (lo que contrasta con los gringos en South Bend, que para mi sorpresa, estudiantes cantaban canciones de navidad en karaokes y en todos lados, y eso que aquella música tiene menos sazón….para mí, claro). Y quizás a eso vamos, y quizás peco de melancólico, y quizás me voy poniendo viejo y por eso sueno como tal, aun cuando soy parte de la misma generación y que también heredo una adolescencia tardía, pero la mía sin ser mercadeada por payolas y más bien guiada por una rebeldía inconsecuente que peca mucho de pataleta que de verdadera rebelión.

Pero qué diferencia cuando fui al centro de la isla y me topé con la ñapa de una fiesta familiar en donde, no se escuchaba meramente un CD de música navideña de fondo, sino que toda la familia se unía a coro con canciones, poesía, guitarra, güiro, coros desafinados, etc. Sí, tocó a mi anhelo de parque navideño tipo Disney boricua-o de Banco Popular, que es nuestro Disney local- pero al menos pude terminar la noche pensando que quizás no todo lo que nos quede sea esta desesperación de borrar todo pasado al nivel de quedar totalmente aislado, de que hay gente que todavía cree que hay que compartir lo que tienen, los momentos, lo que pueden, que de si algo debe servir la mentira de la navidad es para eso, para usarla como excusa de hacer lo que deberíamos hacer cada día, acercarnos….convivir…vivir.

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